La relatividad del éxito

“Tengo que cocinar un poco peor o lo arruinaré todo”, se decía a sí mismo Simón. Y seguía removiendo el guiso de patatas con acelgas que tendría que deleitar en esta ocasión a sus invitadas. Deleitar, sí, pero no obnubilar, que son cosas distintas. En la última visita, fue tal el impacto que provocó su vichyssoise, que las dos posibles accionistas prefirieron centrar la charla en las proporciones de puerro, cebolla y patata que deben regir la elaboración, antes que en una valoración del proyecto que les había enviado la semana anterior.

La idea de que su maña entre fogones se impusiera de nuevo a sus dotes empresariales se estaba apoderando de él de tal manera que la angustia iba creciendo de forma alarmante, con pequeños brotes de ansiedad. A medida que el ‘chup-chup’ de las patatas se alargaba en el tiempo, se iban repitiendo las acometidas, registrando en su pecho algo parecido a las réplicas de los terremotos que sacuden las zonas de mayor sismicidad. Hasta que llegó el gran golpe, con pérdida momentánea incluso del equilibrio, que le llevó a asir con firmeza la cazuela y lanzarse al cuarto de baño. Levantó la tapa del váter, vertió el contenido de su última obra con desdén y tiró de la cisterna, con lo que no solo dijo adiós a un plato tan tradicional como nutritivo y genuino, sino también a su meticuloso proyecto empresarial.

Tras dejar la cazuela en la cocina, fue en busca de su móvil, muy agitado, y llamó a sus invitadas. Lo hizo por separado porque en los negocios, al igual que en la cocina, Simón está convencido de que el orden de los factores sí altera el producto, aunque el mensaje fue el mismo: “Si tanto os gusta la cocina, podéis inscribiros en MasterChef, pero aquí no volváis. Es obvio que mi proyecto no os interesa”. Y colgó directamente en sendas ocasiones, sin dar oportunidad a la réplica. Quizás, si hubiera actuado de otro modo se habría dado cuenta de que, lejos de lo que pensaba, las dos accionistas ya habían decidido apoyar su idea y confirmar su participación. Pero el miedo, una vez más, había decidido por él y el pánico a morir de éxito acabó de nuevo con una idea que podría haber desembocado en algo grande. O no…

Autor: Fran Leal

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