La lluvia

El velo opaco del cielo anunciaba lluvia. Los sabios del lugar anunciaron que esta caería como gotas de esperma, que al sexo seco y caliente de la tierra darían vida. Nunca la iglesia del pueblo estuvo tan llena de gente y a las asiduas ancianas que pedían por su seres difuntos se les unió una masa atea de almas que, con oraciones olvidadas, pedían al viento que no se llevara las nubes a otras tierras.

Poco a poco el cielo se fue haciendo más y más pequeño, y las nubes enfadadas por la falta de espacio empezaron a oscurecerse. El sol se fue y las sombras con él.

Dicen que nunca llueve a gusto de todos, pero lo cierto es que aquella tarde de otoño no llovió a gusto de nadie.

Las gotas de agua se convirtieron, en medio de los gritos de auxilio de la gente, en gotas de muerte. Gotas que fueron arañando el rostro asustado de la montaña. Montaña que decidió ponerse a correr ladera abajo, arrasando árboles, animales y humanos.

La maldita lluvia no dejó testigos, nadie que dijera que en aquel lugar hubo alguien, hubo algo.

Autor: Gerges

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