La última ocurrencia de las Pacas

El pasado domingo, Mortimer Blas se encontraba en una situación envidiable, pero marcada por una incertidumbre gigantesca. Ni se le había pasado por la cabeza el miércoles anterior, cuando hizo su apuesta, que el domingo podría estar postergando la cena hasta que terminase el último partido de la jornada. En el pronóstico de los 13 partidos ordinarios jugados hasta el momento, había cosechado un acierto inusitado. Y el pleno al 15, disputado en la jornada sabatina, también se contaba como éxito. Barcelona cero, Rayo Vallecano uno. Pocas personas en el país, por no decir ninguna, tendrían tantas opciones de ganar un botín valorado en más de dos millones de euros gracias a una osadía sin parangón: fijar un cero a uno en el pleno al quince en el partido que enfrentaría a Barcelona y Rayo Vallecano en el Camp Nou. Como se escucha muchas veces en los pequeños círculos, esa apuesta no la habría hecho ni Blas. Pero esta vez, los pequeños círculos se equivocaban. Blas había tirado un triple desde el centro de la pista y lo había encestado.

Las responsables de tal chifladura no habían sido otras que Francisca y Kika, más conocidas por el entorno de Mortimer como las Pacas. Ellas, que vivían sin más compañía que la que se ofrecían la una a la otra en el cerebro del señor Blas, eran las que diseñaban y ordenaban la ejecución de cada una de las excentricidades del susodicho. Como aquella vez que bebió como un cabritillo en la pila bautismal en la ermita del pueblo. O aquella otra en la que salió tirando lacasitos por la avenida principal para que los niños le siguieran como las ratas del cuento del flautista de Hamelin. Eran tantas las salidas de tono de Mortimer que el pueblo entero, sin excepción, conocía el espíritu guasón de las Pacas. Y aquel domingo, en el descanso de un partido de fútbol cualquiera, pero el más importante en la vida de Mortimer Blas, las Pacas volvieron a subir a la palestra y a deleitar al respetable con una función para el recuerdo. 

En la casilla número 7 del boleto, correspondiente al partido que se estaba disputando entre el Real Betis y el Valencia, figuraba claramente un 1. Una equis que, tachando el cuadrado con un uno en su interior, pronosticaba el triunfo del equipo local. En el descanso, dos goles en sendos lanzamientos de falta (ejecutados con una maestría espectacular) y otro en propia puerta de un defensa confundido por la noche explicaban que el marcador reflejara un contundente tres a cero a favor del Betis. Muy mal se tenía que dar el segundo tiempo para que Mortimer no acabara la noche desterrando todas las preocupaciones de índole económica que le venían asfixiando desde hace demasiados años.

Pero empezó la función y el afortunado jugador se levantó del sofá, se dirigió con el resguardo de su apuesta a la ventana que daba a la avenida principal y lanzó su suerte al vacío, sin gana alguna de saber en quién recaería. Detrás de ella, solo cinco segundos después, justo en el momento en que sonaba el silbato del árbitro ordenando la reanudación del partido, los 36 kilos de Mortimer y los 36 de Blas (72 kilos de sinsentido en total) se precipitaban a una acera que hizo añicos los sueños que el miércoles selló en la administración de loterías del pueblo. En el transcurso del trayecto a la nada, de apenas un instante, se pudo intuir un lejano “ja, ja, ja”. Las neuronas de Mortimer Blas no dejaron de reír. Pero el público esta vez no les siguió el juego.

Autor: Fran Leal

Comentarios

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  2. Espectacular. Este relato me parece genial. Me da pena Epi, su hermano, que unos minutos antes, por teléfono, le dijo aquello de: "Blas es tarde, vuelve a la cama". Jajaja! Felicidades Fran!

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