Abrió con su propia llave

LA CÁPSULA DEL TIEMPO

Abrió con su propia llave oxidada la recién desenterrada caja del tiempo. Hacía ya treinta años que ella había guardado aquello que quería que perdurase para que él pudiera rescatarlo pasado ese tiempo. Lo que en un principio parecía un reto adolescente sin importancia, se convirtió en algo fundamental para él. Tras la pérdida, todo recobra mucho más sentido. 

Tembloroso, levantó la tapa y encontró sus recuerdos. Entre ellos, estaba el pañuelo fucsia que ella se había puesto en su primera cita. Lo olió y, aunque hubiesen pasado treinta largos años, recordó el olor de su perfume y sonrió.

Autora: Sabela Senn Lozoya

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EL FORCEJEO

Abrió con su propia llave y entró en su casa lo más rápido que sus piernas le permitieron. Fue entonces, en el momento de cerrar la puerta, maniobra que se dilató más de lo recomendable si un vecino te persigue machete en mano, cuando los brazos del desequilibrado que vivía en el piso de abajo impidieron que completara la acción con éxito. Por más que empujaba y por más que intentaba ejercer más fuerza de la que atesoraba, Vicente notaba cómo flaqueaba su resistencia ante las embestidas de aquel chiflado. Pero sonó aquel disparo que nadie esperaba y, contra todo pronóstico, salió victorioso del lance.

Autor: Fran Leal

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Y SE PUSO A VOLAR

Abrió con su propia llave un corazón que llevaba mucho tiempo cerrado. Y lo hizo para no volverlo a cerrar jamás pues comprendió que, al plegarse a otros amores, el único que se quedaba dentro era él mismo. Y entonces sintió que podía volar.

Un día le pregunté de dónde sacó la llave y él me dijo que de las lágrimas que no se pueden llorar a través de los ojos. De las lágrimas que se lloran en el alma. Y , dicho esto, se alejó volando.

Autor: Gerges

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LA LLAVE

Abrió con su propia llave la puerta del estudio donde su chica se escondía para pintar y escribir. Se la había dado por si, de repente, no volvía a casa en unos días. Le avisó, al mudarse con ella, que le daban esos puntos. De repente, se enfurruñaba con el mundo y se encerraba para no tener que dar explicaciones por sus malas caras. En esos días era incapaz de usar los filtros y ponerse las máscaras de persona amable. Y ahí estaba, sentada, mirando al cielo acuclillada, fumando y bebiendo, sin ver, sin oír, sin sentir. Apenas sin ser.

Autora: Libélula

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