Adivina, adivinanza

Raúl acababa de desayunar junto a Pepita. La pequeña de cinco años, que se levantaba los días lectivos con ganas de comerse el mundo, sabedora de que tenía que ir a la escuela, iluminaba las mañanas de su padre con una curiosidad avasalladora. En cada desayuno, Pepita lanzaba preguntas a bocajarro a Raúl. Y él, que tenía el deber de mantener la posición en el Olimpo al que su hija le encumbraba, no siempre encontraba la respuesta adecuada. Como ocurrió aquella mañana.

–A ver si adivinas esta –le retó Pepita. 

–Vamos allá –aceptó con seguridad él.

–Oro parece, plata no es, el que no lo adivine bien tonto es.

El silencio se apoderó de la terraza, solo interrumpido por el repentino trinar del jilguero del vecino de la derecha, Manolo. Pasaron cerca de 50 segundos, frenéticos para Raúl e interminables para Pepita, antes de que el padre emitiera su veredicto:

–El viento, pero con uve. En la adivinanza sería con be. Ahí está el truco.

–¡No! Es el plátano, papá. Entonces, ¡es verdad lo que dice el vecino! –exclamó la niña.

–¿Qué es lo que dice Manolo?

–Mejor no te lo digo –dijo Pepita con una sonrisa socarrona.

AUTOR: FRAN LEAL


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