El bingo

-Llámame, amiga, a mis amigos, pues no quisiera empezar la partida solo —dijo Julián, el primero en llegar como cada tarde a la partida de bingo. 

    La mesa, cerca de la ventana, ya estaba preparada. Cuatro vasos de agua y nada de comida. En una ocasión puse un cuenco de patatas fritas y después de comérselas a toda velocidad, Julián me pidió una servilleta para limpiarse los dedos y que no volviera a poner nada para comer, no quería que las cartas se mancharan.

    En cada lado de la mesa dormían, mirando hacia abajo, dos cartones de bingo. Ocho en total. Dos para cada uno de los cuatro jugadores que se sentarían en esa mesa.

    A Julián le hubiera gustado sentarse en la silla más cerca de la ventana, pero siempre se contenía para no escuchar las protestas de Cayetano, ya que más de una vez le había acusado de amañar la partida porque su sitio, a su llegada, ya estaba ocupado.

    Los siguientes en llegar fueron Rafael y Conchi, que después de saludarme se sentaron a esperar a Caye, pues sabían que él tardaría unos minutos en llegar, siempre llegaba tarde. Pasaban diez minutos de la hora acordada cuando, a la velocidad que le permitía su viejo andador, hizo su aparición en la sala. Por supuesto, no me saludó, aún seguía molesto por el premio que había ganado al cantar el último bingo de la semana pasada. Un simpático oso de peluche marrón con una camiseta roja ajustada sobre el que tenía escrita la frase: “The best”. Tal vez Caye no supiera inglés.

    La jaula de metal empezó a girar y la partida comenzó. Poco a poco fueron saliendo las bolas y con ellas la inquietud de unos y de otros. Nerviosismo que salía abruptamente en forma de quejido cuando alguno cantaba línea. Cinco caramelos sin azúcar para las líneas y una crema de manos noruega para los que cantaron bingo.

    Las cinco partidas terminaron y Cayetano, que esa tarde no se llevó nada, se alejó maldiciendo su suerte. Mientras, yo seguí jugando en mi bolsillo con una bola que saqué de la jaula antes de que todos llegasen. Una bola cuyo número siempre vino escrito en todos los cartones que le di.

AUTOR: GERGES

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