Y la venda se cayó

No daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿De verdad se iba a ir de rositas ese tipo? Ella, como ciudadana ejemplar que respeta las leyes y que entiende que no dejan de ser el reflejo de un acuerdo táctito al que llegamos como sociedad, no alcanzaba a comprender por qué, y en virtud de qué, aquel sátrapa se marchaba sin rendir cuentas. Y lo peor de todo: ¿solo a ella le parecía que aquello era un ataque frontal a los valores democráticos?
    El desasosiego que le atosigaba logró colarse hasta el último recoveco de su orgullo de ciudadana. Fue así como comenzaron a tambalearse unos principios que había heredado de sus progenitores y educadores porque, si el principio que rige todo, que no es otro que la igualdad ante la ley, era una mentira de tamaña envergadura, ¿qué sería todo lo demás? Lo que ella concebía como acuerdo tácito entre ciudadanos de buena fe se transformó en su mente, de repente aunque con motivos de peso, en un discurso vacío que servía de cimientos para una sociedad envenenada. Quizás, y solo quizás, los ciudadanos aceptaban a regañadientes que algunos de sus semejantes gozaran de unos privilegios que a ellos se les negaban. Pero, ¿no sería eso sino hacer las veces de secuaces de un sistema corrupto?
    Una vez descubierta una de las fallas del sistema, que uno de sus principios reguladores es pura filfa, tocaba tomar partido: entregarse a la mayoría cómplice o comenzar a luchar. Ella no dudó.

AUTOR: FRAN LEAL

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