La elegida
Nuestros nombres eran los meses del año y solo uno de nosotros se alzaría con la victoria. Doce meses de convivencia, con una eliminación mensual, que desembocaría en una final, una gran final en la que se dirimiría qué mes del año merece un hueco en la gloriosa onomástica del género humano. El primer mes de competición, que fue enero para no descuadrar en demasía todo este asunto, curiosamente borró de la lista a su homónimo, según se supo después debido a la cuesta que recibe su nombre y que tan complicado hace el simple y mero hecho de sobrevivir a todo hijo de vecino. En febrero, en cambio, fue Octubre el descalificado, sobre todo por el conflicto que mantuvo con Septiembre, que no cayó nada bien entre la multitudinaria audiencia, jueza plenipotenciaria del concurso. Así, fueron cayendo eliminados los meses del año en cascada. Escrupulosamente uno cada mes. En marzo lo hizo Diciembre, por lo de las navidades, de tan difícil digestión. En abril, fue Mayo el que dejó de dar el callo